C*ño con meditar

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Meditar mola. Mucho. Pero aún recuerdo cuando empecé a meditar… La batalla campal que se libró dentro de mí. Para empezar, me di cuenta de que no respiraba. Ése fue uno de los primeros aprendizajes que me trajo a mis 16 años. Y ver que no respiras, tengas la edad que tengas, impacta. Porque tú vives, ilusa, pensando que sabes respirar. Que lo haces, vamos, como si nada. Pero nada más lejos de la realidad, al menos en mi caso.
Yo no respiraba. El aire no me llegaba más allá de las clavículas. Y, por mucho que lo intentara, nada, no había manera. Y eso, cuando menos, impresiona. Lo que siguió a partir de ahí fue más una clase de chachachá que la imagen idílica de la meditación que yo tenía en la cabeza. Ay, amigo, fue de los momentos menos zen de toda mi vida. Una h\*stia de realidad en toda regla.
Las siguientes veces no fueron mejores. ¿Dónde quedaba la paz y el camino al nirvana? Para mí sólo había lucha, desasosiego y diversas partes de mí que gritaban «¿pero qué haces, loca? ¿¡No ves que si paras te mueres!?» Nada bucólico ni pastoril… una lucha a brazo partido.
Conforme lo intentaba me cargaba de frustración y de la tristeza de «igual yo para esto no valgo» o «esto no es para mí» mientras que por dentro anhelaba profundamente meditar. Quería hacerlo. NECESITABA hacerlo. Pero no aguantaba dentro de mí. Ése fue otro de los primeros aprendizajes que me trajo y que no fue fácil mirar. Pero, con el tiempo, lo conseguí. Empezar a mirar ahí y desgranar todo lo que me incomodaba. Y siempre pienso: menos mal que empecé a meditar…
¿Te resuena? ¿Has probado a meditar? ¿Cómo ha sido para ti?

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