Desde niña me he planteado múltiples preguntas, sobre el mundo y sobre mí misma. Desde que tengo uso de razón recuerdo cuestionarme por qué el mundo era así, por qué las cosas funcionaban como funcionaban y por qué yo me sentía como me sentía. Pero no fue hasta hace unos años que me di cuenta de que ése ha sido el motor de mi vida: cuestionarme las cosas. Plantearme constantemente por qué las cosas son como son o funcionan como funcionan. Buscando comprender a los otros y, de paso, entenderme a mí misma en ese camino. Me fascinaba pensar qué movía a la gente a comportarse como se comportaba, saber qué había detrás y por qué percibía lo que percibía de la gente. Quizá buscaba mi propio significado del mundo y de la vida…
Con el paso del tiempo, aprendí a hacer mejores preguntas y abrí el campo de posibilidades pasando del «por qué» al «para qué». ¿Qué era lo que realmente buscábamos con cada comportamiento y qué pretendíamos conseguir? ¿Qué motivaba a la gente a seguir adelante o a actuar de una u otra manera?
Y esto abre un campo de posibilidades porque eso son las preguntas en realidad: «puertas» al mundo y hacia uno mismo.
Y es que las preguntas conforman la vida e impulsan al ser humano hacia delante. Cuando uno empieza a cuestionarse las cosas, nada vuelve a ser igual. Todo deja de ser pequeño y abordable para convertirse en un vasto campo de dudas y posibilidades. Y el encontrar respuestas, lograr nuestras propias certezas, es la conquista de uno mismo y del propio camino. Encontrar lo que tiene sentido para ti.
Las preguntas inician el camino y hacen que todo se mueva hacia adelante. Nos mueven a evolucionar en un mundo plagado de cosas por comprender, por lograr y por asumir. Por lo que creo que el primer paso es encontrar nuestras propias preguntas, aunque a veces pueda dar hasta miedo planteárselas: ¿qué mueve mi vida realmente? ¿Lo que hago me hace feliz? ¿Qué es en realidad «ser feliz» para mí?
Y, si algo he aprendido, es que las respuestas no están en la mente, no son elaboraciones mentales de aquello que nos aflige, perturba, emociona o nos da curiosidad, las verdaderas respuestas se encuentran hacia dentro, cuando nos atrevemos a mirar, cuando nos adentramos en las profundidades de nuestro cuerpo, nuestro inconsciente y nuestra energía. Ahí es cuando la mente encuentra respuestas y sale del mundo de la duda o del cuestionarse sin parar. Porque no hablo de bucles obsesivos, o de parálisis por análisis, ni de tantos otros términos generalizados que no hemos dejado de escuchar, sino de aprender a cuestionarnos la vida de verdad, como acicate para cambiar nuestro propio mundo. Porque sólo cambiando el mundo personal, encontrando la satisfacción de nuestras propias preguntas, es como el mundo exterior puede cambiar.